lunes, 9 de marzo de 2015

Una mesa de roble (7): ¿A él sí te lo tirabas, bibliotecaria?


La mayor parte de las mujeres de la sala no le quitaban la vista de encima. Su profunda voz y la seguridad con la que se relacionaba eran puro erotismo y todas se imaginaban dejándose poseer por el conocido cuerpo que había bajo aquel traje. Él era amable con todas, pero parecía que la elegida ya tenía nombre. Era la hija de una aristócrata famosa por su habilidad para casarse con hombres cada vez más ricos. El sugerente escote de ella luchaba por salir de la tela cada vez que posaba la mano sobre el pecho de él. 

Marc sonreía ante su parloteo cuando interceptó una mirada de Mara, que logró aguantar su desafío varios segundos hasta que, turbada, volvió a la conversación de su grupo de compañeros, que hablaban de la adaptación de Un océano de deseos, cuyos derechos se habían vendido por una escandalosa cifra. Así descubrió que la película volvería a unir en pantalla a Marc con su ex novia Lucía, junto a la que había protagonizado años antes una película romántica para adolescentes y cuya historia traspasó la pantalla. Sus tormentosas rupturas y reconciliaciones eran de conocimiento general y todo había acabado con ella en la portada de una revista revolcándose con un cantante.

Mara se reprendió, sintiéndose una cría estúpida por haber pensado que Marc Coll querría algo con ella frente a todo lo que tenía delante, por pensar en el sexo en una noche como aquella. Sus pensamientos se rompieron cuando vio a Pere dirigirse solo hacia ella. 

Un correcto abrazo de cortesía y un beso en la mejilla eran la estampa perfecta para que los allí presentes contemplaran su civilizada separación. 

—Estás preciosa. Es una fiesta fantástica. 
—La noche perfecta para sacar a la momia del desván. 
—No seas así —dijo él sorprendido de su tono—. Estamos juntos, no tenía sentido llegar por separado cuando la mitad de los presentes sabe lo nuestro. 
—No lo parecía cuando te corriste en mi pierna el pasado viernes —dijo ella dedicándole su sonrisa más falsa. 
—Antes no eras así. ¿Dónde está mi dulce Mara? —Levantó la mano con intención de acariciar su mejilla. 

Isabel llegó junto a ellos y fingió darle dos sonoros besos, para después agarrarse fuertemente al brazo de Pere. Tenía más de cincuenta años, mucho dinero y aún más poder, aquel hombre era lo que cerraba el círculo. Sus palabras de cortesía denotaban que lo sabía todo, pero la gran dama de la industria editorial era la reina de las apariencias y nunca rompería la imagen que tanto le había costado construir. 

Ni siquiera tuvo tiempo de reponerse de su presencia, en cuanto se alejaron Marc apareció junto a ella. 

—¿A él sí te lo tirabas, bibliotecaria? —dijo señalando con su copa en dirección a Pere, que miraba fijamente a la nueva compañía de su ex. 
—¿Te das cuenta de que no me conoces de nada? —respondió Mara, exasperada por una situación que carecía de sentido. 
—Tienes razón. Me llamo Marc, encantado de conocerla, señorita... 
—Mara Castro —respondió mientras él besaba su mano mirándola a los ojos— y ya puedes volver con tu presa de esta noche. 
—Te noto un poco celosa para el poco interés que te causo. Además, tú tienes mucho mejor culo que ella —susurró a su oído. 
—Es por la faja, lo adecuado para las señoras de mi edad. 
—Los treinta son los nuevos veinte. 
—¿Y los veinte son los nuevos quince? 
—Hay cosas que no tienen edad, Mara, y te aseguro que el Clooney con el que antes hablabas no te desea ni la mitad que yo.

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