viernes, 6 de marzo de 2015

Una mesa de roble (4): Llevaban casi un año separados y todo había cambiado


Media hora después, Mara entraba por la puerta de casa de su padre, donde el olor a café y tostadas hizo que su estómago pidiera socorro.

—Buenos días, cariño —dijo Antonio sacando una bandeja con rebanadas de pan del horno—. Dúchate y ya desayunamos. 

Ella sonrió, le dio un beso en la mejilla y con la punta de los dedos cogió una ardiente tostada cubierta de mantequilla derretida de la que dar cuenta de camino a la ducha. 

El único y pequeño baño de la casa donde había vivido casi toda su vida le provocó una sonrisa. Sus elementos estaban apiñados y la sensación de falta de espacio la incrementaban aquellos excesivos azulejos azules que ya eran parte de su familia. Se desnudó, dejó la ropa en una esquina y giró el grifo del agua caliente. Mientras esperaba a que tomara temperatura se miró en el espejo de la mampara. Su media melena castaña era uno de sus puntos fuertes y le permitía dar buena imagen sin necesitar maquillaje. Siempre había pensando que nada dejaba mejor impresión que una piel limpia y, además, prefería dedicar su tiempo a cosas más interesantes que las toallitas desmaquillantes. 

Sus hombros, sin duda, necesitaban algo de trabajo. Había pensado muchas veces apuntarse a un gimnasio, pero sabía que acabaría sintiéndose rara y el dinero de las cuotas iría a la basura. Posó la mano derecha bajo el pecho izquierdo, comprobando su firmeza. Ni grandes, ni pequeños, y mantenían su posición a pesar de los años. Las manos bajaron a sus caderas, más anchas que a los veinte, cuando realmente anhelaba la figura de reloj de ahora que ahora lucía. La talla cuarenta no era un problema para ella, su cuerpo había dejado de ser un motivo de preocupación hace años, y mientras siguiera corriendo todo seguiría firme y en su lugar. No mantenía el ritmo de su adolescencia, cuando llegó a competir en campeonatos nacionales, pero se había convertido en una rutina más de su vida que la había acompañado en todo tipo de momentos, desde los más dulces hasta los dolorosamente amargos. 

Introdujo la cabeza bajo el agua ardiente y volvió a pensar en la oferta que había rechazado, en cómo sería tocar aquel cuerpo fuerte y musculoso. Aquello la llevó inmediatamente a Pere, que se había presentado en su apartamento dos días antes cuando estaba a punto de salir rumbo al aeropuerto. La había manoseado con prisa mientras ella intentaba decidir si aquello era buena idea, pero antes de que lograra siquiera sacarle las bragas sintió el líquido caliente en su ingle. 

Pere siempre había sido un buen amante, atento y complaciente, en sus más de ocho años de matrimonio. Tampoco es que ella tuviera mucho mundo en ese campo, sólo había tenido dos novios en la universidad que no pasaron de los seis meses. Él tenía doce años más que ella y su carisma lo elevaba todo, pero dos días antes le había sorprendido la piel blanca y blanda bajo uno de sus carísimos trajes. Llevaban casi un año separados y todo había cambiado.

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