domingo, 8 de marzo de 2015

Una mesa de roble (6): ¿Te arrepientes?


Allí estaba él. El hombre de la playa, la sombra que surgió del mar, y ahora se encontraba frente a ella. En esta ocasión lucía un traje azul marino con solapas negras, camisa blanca y sin corbata. Un perfecto tupé y su más amplia sonrisa completaban una arrebatadora imagen que hizo que Mara casi perdiera el equilibrio. No entendía nada, o más bien ya lo entendía todo. El desconocido no era otro que Marc Coll, el actor más deseado del país que próximamente protagonizaría la adaptación del último superventas de la editorial, el drama romántico colonial Un océano de deseos. Con luces de flash pasaron por su mente todas sus portadas con el torso desnudo, la serie con criaturas sobrenaturales donde sus abdominales ocupaban medio capítulo y las imágenes en la prensa rosa.

—La terapia de silencio que me estás dedicando empieza a romperme el corazón —dijo él con voz profunda, llevándose la mano al pecho. 
—Per... Perdona, no te había reconocido. 
—¿Hoy o el domingo pasado? 
—Ambos. 

Ligeramente turbada, Mara era incapaz de dejar de mirar sus penetrantes ojos negros que en ningún momento habían abandonado su rostro, casi traspasándola y vaciando la estancia para un encuentro en el que ellos dos parecían los únicos invitados. 

—Mara, estás divina, ¿ya conoces a Marc? —dijo Carlos Laguarta, presidente de la editorial, rompiendo el trance en el que estaba sumida. 
—El sábado pasado coincidimos en Vigo —intervino Marc dedicándole una juguetona sonrisa—, vino a ver mi obra y esperó a la salida para decirme lo mucho que le había gustado. 
—Sí, es sorprendente el talento que puede tener cuando no se saca la camiseta —replicó ella con una incisiva mirada. 
—He oído que ha sido todo un éxito la gira, entradas agotadas en todos los teatros —felicitó Carlos. 
—Perdón —interrumpió la secretaria de Laguarta—. Carlos, Isabel Batlle quiere hablar contigo. 

El hombre se alejó y ella volvía a estar a solas con Marc Coll. La imagen de él surgiendo de la oscuridad volvió a su cabeza. Su cabello húmedo cayendo sobre su frente, sus marcados abdominales, la propuesta que ella había rechazado... 

—Para tu información, sí que salía sin camiseta —dijo Marc al oído de Mara, rozándole suavemente la oreja con su incipiente barba. 

Estaba jugando, no había ninguna duda. Un niño que difícilmente tendría veinticinco años. Un desconocido, por muchas portadas con su cuerpo bañado en aceite que hubiera visto en los quioscos. Pero algo había en aquella mirada, nadie la había mirado nunca así. Sus ojos destelleaban mientras la observaba ladeando la cabeza, analizándola, escrutándola. 

—Así que eres... ¿escritora? 
—Editora. 
—Una amante de las palabras. —Se llevó la copa de champán a los labios y su nuez se movió en su ancho cuello. Aquello era lo más erótico que ella había visto en mucho tiempo—. Eres... diferente. 
—¿Las mujeres con las que sueles estar no saben leer? —Se sorprendió a sí misma con aquella respuesta, entrando en su juego. 
—¿Te arrepientes? 
—¿Perdón? —respondió ella sin comprender. 
—La semana pasada. 

Una carcajada salió de su boca antes de beber un largo trago y vaciar la copa que tenía en la mano, intentando ganar tiempo. 

—A mí me parece que sí —dijo apartándole un mechón y colocándoselo detrás de la oreja— ¿Qué mirabas en el mar? 
—El amanecer. Hasta que lo estropeaste. 
—Mentirosa. Te gustó lo que viste. Apuesto a que estás pensando en eso ahora mismo —Su cara estaba a un palmo de la de ella. 
—Lo siento, no eres mi tipo. 
—Tus ojos no dicen lo mismo —dijo antes de pasarse sutilmente la lengua entre los labios y alejarse de ella.

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