miércoles, 4 de marzo de 2015

Una mesa de roble (2): Mentón ancho, nariz recta y pómulos marcados


Pocas cosas le parecían más relajantes que el constante movimiento del mar, la incesante llegada de las olas, su ruptura y cómo las lenguas de agua se extendían por la arena. Se sentía mecida por ellas cuando de la oscuridad de la orilla surgió una figura que se acercaba sigilosamente. Miró a su alrededor, no había nadie más cuando a su lado se materializó un joven que sólo vestía un pantalón corto. Los mechones de su pelo color azabache caían empapados por su cara, su fuerte pecho sin vello brillaba bajo la humedad y unos marcados abdominales se perdían bajo la cintura de la prenda. A sólo un metro de ella se impulsó con sus anchos brazos para subirse al muro con un ágil movimiento y después meter la cara en el chorro vertical de la fuente.

El sonido de una fuerte ola sacó a Mara de su ensimismamiento, percibiendo por el rabillo del ojo los movimientos del joven, pero todavía con los músculos de la parte más baja de la cintura de éste en mente. Sólo su perfil se adivinaba en la oscuridad, mentón ancho, nariz recta y pómulos marcados, pero la escasez de luz le impidió ver sus ojos y sólo pudo percibir el brillo inquietante que emanaba de ellos. Algo había en él que le resultaba familiar, pero sin duda su vida sería muy diferente si un hombre como ése pasease por ella. Se dispuso a dejar de lado esos estúpidos pensamientos, tenía treinta y seis años y las fantasías con hombres fibrosos y dominantes sólo eran posibles en las novelas eróticas que habían desembarcado en el mundo editorial haciendo que hasta los editores más respetados se pelearan por dar con el siguiente Christian Grey que ocupara los pensamientos de las mujeres, los escaparates de las librerías y las cuentas de sus editoriales.

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