jueves, 5 de marzo de 2015

Una mesa de roble (3): Siento estropearte la estadística


Mara se puso en pie y pasó junto a él, conscientemente cerca. Él echaba hacia atrás su humedecido pelo sin perder detalle, esperando para cruzar una mirada en el momento justo. Sus brillantes ojos oscuros se posaron en los de la mujer, provocándole un corte de respiración y que todo su rostro se tiñera de rojo, y recorrieron su cuerpo con cada paso que ella daba. Se sentía observada, y se alegró de haber elegido las ajustadas mallas negras brillantes que sacaban lo mejor de su curvilínea figura, resaltando sus piernas talladas con miles de kilómetros. Mara sonrió, toda mujer necesita una mirada así de vez en cuando. Tomó el reproductor del bolsillo interior de su chaqueta y eligió su playlist especial para largos ascensos, dejando en manos de Linkin Park y Bleed It Out el primer trecho al que enfrentarse.

Con el aparato en la mano empezó a trotar suavemente, consciente de que el regreso iba a ser menos agradable. Corriendo, como en la vida, las cuestas son inevitables y lo mejor es saber enfrentarse a ellas sin atajos, sin prisas. Su última cuesta vital se llamaba Sara, una aficionada al deporte y la vida sana que iba a firmar el próximo libro del que Mara se encargaba como editora. Qué lejos quedaban los años de descubrir grandes novelas y trabajar con apasionantes autores. Al frente de la colección Bits de la editorial Laguarta, se encargaba de producir nuevas obras que llevaban el talento de Internet al papel. Ahora que las redes sociales mandaban en las ventas, cuanto más expuesta estaba la persona mayor era la tirada, y todo apuntaba a que la divina Healthy Sara, con su larguísima melena de mechas californianas, su colección infinita de coloridos sujetadores deportivos, su afición a los germinados y sus manidas frases de motivación sería un éxito. No podía negar que la chica había sabido pintar ese cuadro de sí misma, pero tras la primera reunión estaba claro que de cerca las pinceladas no eran tan precisas. Vestida de arriba a abajo con material promocional, poco le importaron las palabras de Mara mientras sacaba una foto a su ensalada y la compartía con sus seguidores. La editora salió del restaurante con sólo dos cosas claras, que Sara amaba el filtro Hudson y que aquel proyecto iba a acabar con su débil salud mental. 

Más concentrada en sus pensamientos que en la subida, Mara no había percibido el deportivo negro que rodaba junto a ella. En un rápido giro de cabeza vio al joven de la playa, que la miraba curioso desde el volante. Mantuvo erguida su espalda, incrementó ligeramente el ritmo y en un imperceptible gesto paró el reproductor. 

—¿Te apetece acabar el entrenamiento en mi hotel? Conozco una buena rutina de estiramientos. 

Intentó evitarlo, pero una carcajada salió de su boca. Mantuvo el tipo fingiendo no haber escuchado, las ofertas de desconocidos nunca habían sido lo suyo, por ingeniosas que fueran. Él sonrió, consciente del sutil efecto que habían tenido en ella sus palabras. 

—Estás entrando de talón, tienes que pulir un poco tu técnica de carrera. 

Mara bajó la mirada hacia sus pies y un ligero tropezón la obligó a bajar el ritmo. 

—¿De verdad te funciona con alguien? 
—En el gimnasio casi siempre, es la primera vez que lo pruebo al aire libre. 

Su sinceridad le daba un punto interesante, eso no lo podía negar. Ahora llevaba una húmeda camiseta blanca cubriendo su torso. Una pena, quizá verlo una vez más inclinara la balanza, pero su mente racional volvió a hacer acto de presencia. 

—Siento estropearte la estadística —dijo ella antes de volver a encender su reproductor y recuperar el ritmo. 

Un rugido de motor anunció la partida de su compañía, que se alejaba ahora por la larga avenida y la dejaba sola con el pensamiento de qué hubiera pasado.

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